martes, 30 de agosto de 2011

Estadística de la Merindad de Tudela en 1799



El 22 de julio de 1795 se firmaba la Paz de Basilea tras una guerra iniciada en marzo del año 1793. El mismo día, que se firmó el pacto, los convencionales se habían hecho con los altos, que dominaban la Cuenca de Pamplona, Trinidad de Erga, Oskia, Gaztelu y Churregui, replegándose los Reales Ejércitos a los Berrios, con sus flamantes plumas y medallas, habiendo demostrado que de militares no tenían otra cosa más que el sueldo; de ellos, con los que tanto le tocó bregar, el Marqués de Narros decía que cargaban con unas alforjas por delante con gran falta de profesionalidad y por detrás con sobrada cobardía; era un ejército tan caro como inútil. Los puentes de Pamplona estaban cargados de pólvora para volarlos y el Archivo del Reino trasladado a Olite; era común sentir que si los revolucionarios franceses decidían entrar en Pamplona, lo harían, al igual que lo habían hecho en Vitoria y Bilbao, con banderas desplegadas y cantando la Marsellesa.
Habían atacado sin motivo alguno a franceses indefensos en su propio territorio; las consecuencias se padecieron en todo el Reino, pero las sufrieron principalmente quienes se aprovecharon, en el desconcierto inicial, para hacer de las suyas, pues se vio que los convencionales no eran precisamente angelitos pintados por Murillo.
La movilización de los hombres del Reino de Navarra solo se podía hacer para defender el propio territorio, no siendo obligatorio ir más allí de sus fronteras; además la salida en armas conllevaba que el movilizado debía llevar sustento para tres días, los cuales comenzaban a contarse desde que salía de su casa. A partir de los tres días había que asegurarle su estancia completa; cumplido además el mes, si así se había fijado para componer los tercios del Reino, se podía volver a su pueblo con todas las de la ley.
Este sencillo esquema llenó tres años de agria literatura entre políticos ajenos al Reino y los naturales del mismo; sin embargo, hubo algunos, que actuaron voluntariamente y rebasaron las fronteras; robaron ganado a los guipuzcoanos, provincia ocupada por los franceses y fue Areso incendiado en represalia; por idéntico motivo casi desaparecieron Eibar y Ondarroa. Aquí por propia iniciativa asaltaron dos zonas desguarnecidas, incendiando casas y llevándose el ganado de pequeños poblados franceses, colindantes con Urdax y Zugarramurdi; quien encabezaba estas valentías desde julio de 1793 era Juan Nicolás Michelena. Del resultado nos hacemos una idea por lo que escribían el 17 de febrero de 1811 al Conde Reille, gobernador de Navarra, pidiéndole remisión de sus impuestos, puesto “que en la última guerra ocurrida entre ambas naciones limítrofes, uno y otro lugar (Urdax y Zugarramurdi) fueron incendiados, abrasados y reducidos a pavesas y triste asiento del dolor y de la desolación, de manera que su sola vista, arrancaba lágrimas de compasión aun de los corazones menos interesados en su suerte”. Las dos localidades estaban aun sin reconstruirse.
En el noreste de Navarra también hubo un oportunista, Pedro Vicente Gambra; entre los días 7 y 8 de octubre de ese mismo año de 1793, dirigiendo a una cuadrilla de indigentes, asaltó el bucólico pueblo de Santa Engracia; quemaron unas 40 casas y numerosas bordas, con el agravante de que estaban
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